El fuego del Espíritu Santo
A medida que vamos dejando entrar al Espíritu Santo en nuestra alma y nos vamos llenando de las riquezas de sus dones y sus carismas, humanamente nos sentimos cada vez más pobres. Y no es que seamos más pobres que antes de que Él nos inundara con su gracia, sino que ahora somos conscientes de que lo somos.
Es el fuego purificador del Espíritu que con su luz va descubriendo moradas ocultas de nuestro interior. Esa purificación, que se aprovecha de todas nuestras circunstancias vitales, sobre todo de las que más dolor nos causan, nos va quitando todo aquello en lo que hasta ahora nos habíamos apoyado. Descubrimos que en realidad somos seres muy vulnerables y que siempre lo hemos sido. Al mismo tiempo las prioridades en nuestra vida van cambiando. Nos movemos por Amor y mientras Él no nos falte podemos aguantarlo todo. Aunque en realidad sabemos que no podemos y que la única forma es abandonarnos en Él.
En verdad es esta una forma muy insegura de vivir desde el punto de vista humano. Darte cuenta de que tú no puedes nada. Si vivimos en el Espíritu iremos perdiendo todas las seguridades humanas y al mismo tiempo la humildad surgirá por sí misma, porque ¿Qué hay que tengamos o qué hagamos que no lo hayamos recibido de Dios? O por lo menos si creemos que hemos sido nosotros, ¿Quién nos ha dado las fuerzas para hacerlo?
Pero esto solo se comprende cuando deja de ser una teoría y Dios en su misericordia deja que se encarne en nuestra vida. Y esta encarnación se realiza en forma de Cruz. Pero es sin duda una Cruz gozosa. El fuego del Espíritu es un fuego consolador y es un fuego purificador. Y no podemos separar lo uno de lo otro. Por eso tal vez no le dejamos entrar tan al fondo del alma como pedimos en la secuencia del Espíritu. Sin embargo, es la única forma en que Él viene, arrasándolo todo con su Amor.
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