Cisternas rotas


Había una vez un pueblecito en el que existía una fuente que abastecía de agua a todos sus habitantes. El agua era transparente, agradable al gusto, sanadora. Aunque se oia comentar que cuanto mas se bebía más sed se tenía y era necesario acudir siempre a ella. Los curiosos habitantes de esa región no acertaban a entender porque los cántaros con los que recogían el agua estaban siempre rotos, agujereados, y por ahí se les escapaba el preciado líquido.  Sin embargo  era tan fácil acudir a la fuente. Su ubicación era accesible a todas las personas del pueblo, y el dulce murmullo de sus chorros parecía actuar como un reclamo para las gentes, como si la fuente deseara ser visitada.  Sin embargo a veces la fuente permanecía en soledad y solo los pajarillos mojaban sus alas en ella. Mientras , los habitantes del pueblo morían de sed, se mataban unos a otros para robarse el agua que quedaba en sus vasijas agrietadas cuyos agujeros trataban de tapar sin conseguirlo.
Historia absurda donde las haya ¿verdad? Y no es acaso un fiel reflejo de la vida del hombre sobre la tierra.  No nos lo dijo Dios en su palabra "Cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (Jeremías 3)
Es lo mismo que hacemos nosotros cuando no tenemos oración personal con Dios. Somos vasijas agrietadas y necesitamos estar reponiendo continuamente el agua. Es lo mismo que hacemos cuando vamos buscando el agua en los demás y nos sentimos frustrados porque no nos la pueden dar. O cuando nosotros pretendemos dar ese agua haciendo obras apostólicas o de caridad, o evangelizar, pero sin estar en contacto continuo con la fuente para poder dar lo que Dios nos da. Es la misma historia absurda. Nadie puede dar lo que no tiene. Y El es el que nos lo da todo. Sin oración todas nuestras obras son baldías.


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